lunes, 23 de diciembre de 2013

Servicios especiales para abandonados

Conocí a alguien que me salvó de sonrisas muertas
y odios propios en numerosas ocasiones.
Conocí a alguien que me quería a su manera,
pero me quería. Y yo lo sabía.
Conocí a alguien a quien quise tanto que dolía.
Conocí a alguien que conocía (valga la redundancia) mejor que a sí mismo
a la persona que yo era entonces.
Pero supongo, que igual que yo cambié, alguien también, conmigo,
y acabó marchando.
Y lo echo de menos, claro que lo echo de menos
por muchas cosas: por cómo me miraba,
por su tono de voz al hablarme, porque siempre estaba ahí
fuera para lo que fuera, fuera cuándo fuera,
por cómo me hacía sentir acerca de mí misma...
Pero, sobre todo, por aquella manera der ser suya
que me mantenía a salvo.
Y aquello también cambió.

Yo siempre he llevado bien los abandonos,
siempre he estado bien sola, conmigo misma.
Y de hecho lo estaba.
Pero entonces me di cuenta de que solo seguía aferrándome a algo
que ya no existía.
Que la persona a la que tanto necesitaba de vuelta ya no existía.

La gente cambia. Lo que nos gusta, y lo que no, cambia.
Y podríamos desear que no fuera así durante todo el día,
todos los días...
Pero eso nunca funciona.
Y lo peor no es el hecho de sentirme sola, que una se acostumbra a todo,
creedme.
Lo peor es que por mucho que me lo quiera negar a mí misma,
lo echo de menos.
Nos echo de menos.
Me echo de menos.

No hay comentarios: