lunes, 23 de diciembre de 2013

Servicios especiales para abandonados

Conocí a alguien que me salvó de sonrisas muertas
y odios propios en numerosas ocasiones.
Conocí a alguien que me quería a su manera,
pero me quería. Y yo lo sabía.
Conocí a alguien a quien quise tanto que dolía.
Conocí a alguien que conocía (valga la redundancia) mejor que a sí mismo
a la persona que yo era entonces.
Pero supongo, que igual que yo cambié, alguien también, conmigo,
y acabó marchando.
Y lo echo de menos, claro que lo echo de menos
por muchas cosas: por cómo me miraba,
por su tono de voz al hablarme, porque siempre estaba ahí
fuera para lo que fuera, fuera cuándo fuera,
por cómo me hacía sentir acerca de mí misma...
Pero, sobre todo, por aquella manera der ser suya
que me mantenía a salvo.
Y aquello también cambió.

Yo siempre he llevado bien los abandonos,
siempre he estado bien sola, conmigo misma.
Y de hecho lo estaba.
Pero entonces me di cuenta de que solo seguía aferrándome a algo
que ya no existía.
Que la persona a la que tanto necesitaba de vuelta ya no existía.

La gente cambia. Lo que nos gusta, y lo que no, cambia.
Y podríamos desear que no fuera así durante todo el día,
todos los días...
Pero eso nunca funciona.
Y lo peor no es el hecho de sentirme sola, que una se acostumbra a todo,
creedme.
Lo peor es que por mucho que me lo quiera negar a mí misma,
lo echo de menos.
Nos echo de menos.
Me echo de menos.

miércoles, 18 de diciembre de 2013

Rayuela. VII,


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

martes, 17 de diciembre de 2013

LUDOPATÍA.

¿Qué tenía que te volvía totalmente dependiente de él?
Quizás era su olor en cualquier momento del día,
la profundidad de sus ojos cuando se le dilataban las pupilas al verte,
el tono de su voz cuando llegaba,
o el de cuando se iba.
Quizás su capacidad de hacer temblar tus piernas
con esa media sonrisa tan propia de él, 
la sensación que tenías de que era bueno a todo,
o su respiración entrecortada detrás de tu oreja.
Quizás la amplitud de sus hombros,
entre los que sentías que nada malo podía pasarte,
la combinación de fuerza y suavidad de sus manos
o el temblor de éstas que sentías siempre en tu cintura,
o quizás la perfecta coreografía de los dedos
con los que jugaba con tu pelo...
Quizás la perfecta ortografía 
de sus notas de "Tuve un imprevisto, siento no haber aparecido a tiempo" 
o de "¿A las ocho en el Sirocco?",
o ese juego de roles
en el que actuabais como dos completos desconocidos... 
Yo apuesto a que, simplemente,
eran tantos juegos los que os traíais,
que él, realmente, tuvo la picardía 
o la suerte de que se le dieran muy bien.
¡Vaya!
Y mientras tú, que no te dabas cuenta
o no querías hacerlo,
aceptabas las derrotas como quién no pierde nada.
"Oh, ¡qué bueno eres...!"
Como si no supieras de sobra que habías apostado 
a todo o nada
tu corazón.
Lo peor de esta partida interminable 
no era sólo que él ganase siempre,
o que ella acabara dejándose ganar.
Sino que ambos, queriendo o no,
estaban entrando en un círculo vicioso
del que, sobre todo al que pierde
(pero incluso al que gana),
acaba resultando imposible salir.
Porque eso es lo que él tenía,
sabías,
ese maldito poder de crear(te) adicción.

Y ya os podéis imaginar el resultado, ¿verdad?
Nada más lejos de la realidad,
después de caer varias veces y aceptar la derrota
te diste cuenta de que lo que él llevaba apostado
no era nada comparado con lo que tú ya habías perdido.
Lo viste, ¿no?
¿Y qué puedo decir?
Si yo ya conozco el final de la historia...

Él jugaba con tus sentimientos.
Tú acabaste aprendiendo a hacer trampa.


jueves, 12 de diciembre de 2013

¿En qué piensas?

En realidad, es verdad que nunca me he enamorado.
Quizás si haya tenido caprichos que han durado lo suyo,
pero nunca llegué a sentir que dejaría todo por alguien.
Quizás eso sea lo triste,
pero también quizás sea eso lo que me gusta de mí.

Aprendí a estar sola cuando empecé a desarrollar aversión por la gente
por la forma, a mi parecer, tan equivocada que habían elegido de crecer
y por su manera de actuar ante situaciones que yo veía tan jodidamente claras.
Después, todas esas chicas que yo conocía 
empezaron a ejercer de mujercitas liberadas,
y a mi me ponían de los nervios.
Pasaban, innecesariamente, por tanto y por las manos de tantos...
Y yo, que no entendía ese maldito reparo, e incluso miedo,
que le tenían a estar solas,
siempre ponía la misma excusa al eterno por qué 
de que yo quisiera estarlo.
Aunque bueno, cuando me preguntan ahora, 
intento sonar igual de convincente que siempre,
pero lo de ser la amiga fea ya no vale.
Mala suerte a mía.
También he de decir que
en esas edades en las que la crueldad está en pleno apogeo,
salirte del camino que llevan los de tu alrededor
tiene sus propias consecuencias...
Y que en su momento las mías fueron, 
sin duda, 
negativas.
Pero ahora puedo decir,
orgullosa,
que he sobrevivido.
Y que yo no dependo de nadie. En ningún sentido.

A lo que iba, 
que es verdad que nunca quise conocerte,
no necesitaba a nadie como tú.
Mi vida era tranquila,
cantaba hasta las tantas canciones que nadie conoce,
me preocupaba por mi cuerpo por mí,
me ponía la ropa más extravagante que pueda nadie imaginar,
incluso daba caladas al azar al cigarrillo de cualquiera que me invitara a una copa
o le besaba en la boca, me daba la vuelta y me iba.
Estaba cómoda en mi permanente descaro, 
disfrutaba como yo quería,
y sobre todo, no tenía a nadie en mente
(ni siquiera a mí misma)...
Pero mírame ahora,
¡qué desastre tan magnífico!
En realidad mi vida es feliz, 
nada ha cambiado
y sigo siendo la yo de siempre...

Pero ahora soy yo, pensando en ti.




martes, 10 de diciembre de 2013

De cómo el mundo cambia y nosotros vamos a peor.

Nos estamos volviendo verdaderamente gilipollas.
Ahora las relaciones tienen dos tics y última conexión,
los besos se mandan con emoticonos
y toda la atención que necesitas es
que te conteste un Whatsapp de inmediato 24/7,
que le dé a Me gusta a todas tus fotos de Instagram 
y te haga RT a todo lo que dices quererle...
¿Dónde quedaron los cafés en las terrazas del centro,
las copas en alguna barra, arreglando el mundo?,
¿y los besillos de verdad
o las manos traviesas e insaciables,
pidiendo siempre más, al fondo de algún garito?
Ahora los "te quiero" solo son moneda de cambio,
los pronuncian las bocas que quieren algo,
y demuestran la peor de las frivolidades.
Ahora las rosas son para pedir perdón
por no haberte contestado el mensaje
lo suficientemente rápido,
por ponerle más jajas a otra,
por haber dicho que te ibas
y haber seguido conectado cinco minutos más.
Es cierto, todo ha cambiado.
La música ha cambiado,
la ropa ha cambiado,
el sexo ha cambiado...
Y acabaremos volviéndonos tan tontos
que ni podremos replantearnos qué estamos haciendo mal.
Dentro de unos años no habrá hombres ni mujeres:
solo gilipollas.



sábado, 7 de diciembre de 2013

Sabía que el causante de todo aquello fue el reflejo del espejo enmarcado en madera de roble sin barnizar que presidía el salón de mi memoria. Me vino a la cabeza el cóctel de recuerdos con el que tantas veces alcoholicé mis venas en el lugar que no quería ser tiempo, y en el instante que no quería ser recuerdo. Acabaron por pudrirse en mi mente realidades que nunca habían sido y que, bueno, no serían jamás. Cerré el puño. Me armé de valor, alcé el brazo e, inmediatamente, me eché a llorar.
                                                                             (Es imposible romper un espejo invisible.)